OPINIÓN JOSE
LUIS REQUERO ( magistrado y vocal del Consejo General del Poder
Judicial). 2005-10-26 23:18:03
Asalto final a la Justicia Hace un año algún alto cargo del
Ministerio de Justicia decía que sus reformas judiciales eran
iniciativas de «ingeniería judicial».En un argot que sólo los
iniciados captan, primero aprobó la ley de los 3/5 y ahora viene la
ley de los consejos autonómicos y de los jueces de proximidad.
Complejidades aparte, este nuevo envite puede resumirse en el título
de este artículo, con el que no se corre el riesgo de ser simplista,
aunque uno asume que se le diga que su denuncia adolece de la
candidez propia de quien se cae del guindo. Y es que, detrás de una
retórica cansina -progresismo, Justicia más eficaz, más ágil,
etcétera- y detrás de apelaciones al acomodo de la Justicia a las
autonomías, descentralización, modelo territorial, etcétera, no hay
sino la ambición del poder político por controlar la Justicia, todo
bajo la coartada de un debate sobre el modelo territorial del
Estado. El Poder Judicial como Poder del Estado probablemente tenga
los días contados; es el asalto final a la Justicia. Estamos ante un
desmarque del pacto constitucional y de la doctrina del Tribunal
Constitucional, que tiene dicho que el Poder Judicial no es
regionalizable.
Eso es lo que se cuece, primero, con la reforma del Estatuto
catalán y, segundo, con la ley percha que el Gobierno va a aprobar
para que ese nuevo Estatuto tenga anclaje en la legislación estatal
sobre la Justicia.
En apariencia el proyecto gubernamental aparece comedido y hasta
recatado, pues sólo prevé que en cada comunidad autónoma se formará
un Consejo Judicial. Se trataría de órganos estatales y dependientes
del Consejo General del Poder Judicial, formados por jueces y
también por juristas, elegidos éstos por las comunidades
autónomas.Esto, con ser innecesario y generar ineficacia -lo cual ya
es de por sí grave-, tiene gato encerrado. Por lo pronto, no hay
lógica entre ese proyecto, en principio tan tímido e inocente, y el
proyecto de Estatuto catalán, abiertamente inconstitucional y que es
al que se quiere dar encaje con esta reforma de la ley estatal sobre
organización judicial.
Como digo, hay trampa, pero ¿dónde está? Desde luego, no es
descartable que en el trámite parlamentario haya sorpresas.
Recuérdese que el actual modelo de Consejo General del Poder
Judicial, enteramente elegido por los partidos políticos y verdadero
golpe de mano a la Justicia constitucional, fue fruto de una
enmienda introducida en el Parlamento: la enmienda Bandrés. Se
seguiría así la vieja táctica de presentar en sociedad un
anteproyecto moderado para luego alterarlo sustancialmente en sede
parlamentaria.
Pero, al margen de esas tácticas, como digo, ya el texto lleva
trampa. Aparte de que esos futuros consejos reproduzcan el actual
modelo de Consejo General del Poder Judicial -lo que es todo un
indicio-, se les atribuye de manera inconcreta una extraña
competencia: las que prevean los Estatutos de Autonomía a favor de
las comunidades autónomas en materia de Justicia. Para entender tal
regate, esta extraña previsión debe enlazarse con el Consejo de
Justicia que crea el proyecto Maragall. Se basa éste en las teorías
de quienes entienden que la Constitución admite relecturas, es
decir, la vía apócrifa para una reforma constitucional, que
permitiría no tocar la Constitución pero sí que sean los Estatutos
los que modifiquen la legislación estatal y le hagan decir cosas que
el Tribunal Constitucional rechaza.
Tras estas estrategias están los alfareros del poder, los que
modelan a su antojo el barro constitucional. Por eso cuando Zapatero
dice que no admitirá del nuevo Estatuto nada que no sea
constitucional, en el fondo no dice gran cosa: constitucionalistas
tiene el poder que obrarán maravillas interpretativas y, sobre todo,
basta contar los votos en el Constitucional para saber qué es y qué
no es constitucional. Se entiende así que en el debate sobre el
nuevo Estatuto el consejero de Justicia defendiese su plena
constitucionalidad.Lo que se oculta es que se considera
constitucional no porque lo sea objetivamente, sino porque desde su
lógica ¡es el Estatuto quien modela la Constitución!.
Parafraseando a Amstrong al tiempo de pisar la Luna, estamos ante
un primer paso -no pequeño precisamente-, pero un gran paso para
adentrarse en el Poder Judicial, territorio prohibido -hasta ahora-
a las autonomías.
Al margen de esa extraña competencia, el mal está en crear esos
consejos. Si se les da una percha, será cuestión de tiempo que
empiecen a colgar lo que quieran. Pero lo malo es colocar la percha.
Formarán sucedáneos del Consejo General del Poder Judicial desde los
que nombrarán cada cúpula judicial, seleccionarán a sus jueces, les
inspeccionarán y sancionarán, lo que llevará -previa exigencia del
idioma autonómico- a judicaturas compartimentadas por autonomías. No
hago política judicial-ficción. Que la Consejería de Justicia haya
denunciado a una juez por pedir una versión en castellano de la
Carta de los Derechos de los Ciudadanos ante la Justicia no es
ciencia-ficción: es realidad; que las autonomías lleven años
presionando para que cada una convoque sus oposiciones a juez,
tampoco.
En esta lógica se entiende, por ejemplo, que se vaya a crear la
«Justicia de proximidad» sobre la base de juzgados municipalizados
al frente de los cuales habrá licenciados contratados por seis años
-se les llamarán, eso sí, «jueces»-, propuestos por los
ayuntamientos y dependientes de una organización enteramente
sustentada por las comunidades autónomas. Tampoco es accidental que
los tribunales superiores de Justicia se vayan a erigir en futuros
tribunales supremos y que en la reforma de la «oficina judicial» el
Gobierno de los tribunales pasará de los jueces a funcionarios
dependientes del ejecutivo estatal o autonómico.Con todo esto, la
creación de estos consejos de Justicia autonómicos es la
consecuencia lógica.
Llevamos años hablando a tontas y locas de la Justicia no como
poder sino como servicio público y ahí está el fruto: va de cabeza a
convertirse en un servicio público transferible más, como el
docente, el sanitario o el geriátrico; vamos de cabeza, bajo el
cascarón de un poder estatal, a la aparición real de poderes
judiciales regionales, con lo que en el siglo XXI volveremos al
caciquismo decimonónico, a la Justicia controlada por los intereses
locales.
Los síntomas son alarmantemente coincidentes: bajo el discurso
nacionalista o con el pretexto del modelo territorial del Estado, lo
que late es el deseo del poder político territorial de tener sus
jueces y a esta operación no le es ajeno el «mundo de 3%» o del
Carmelo.
El pesebrismo político llama a un régimen de financiación que
tenga en su mano todos los controles, primero los fiscales o
administrativos, después, como colofón, una Justicia que no dé
sustos. Disquisiciones al margen sobre el concepto de nación y
mientras Zapatero dice haber encontrado hasta ocho fórmulas de
contentar a los nacionalistas -¿aún más?-, lo relevante son esas dos
pinzas: financiación y Justicia. Ambas se complementan en el
horizonte de un poder regional en ciernes que exige y reclama ser
ejercido sin especiales controles.
Podrá decirse que por qué tanta alarma si al fin y al cabo esos
consejos se basan en el modelo actual de Consejo General de Poder
Judicial elegido por el Parlamento. Cierto, pero lo suicida es que
cuando ese modelo no deja de cuestionarse no es que se consolide, es
que se multiplica por 17. Y desazona aún más que lo polémico de ese
proyecto de Estatuto no se advierta en cuanto a la Justicia que se
cuece y a la que da cobertura la ley del Gobierno.
Todo parece indicar que esos temas -nación, financiación- son los
que generarán conflicto en el Congreso de los Diputados, buena
cortina de humo para que la nueva Justicia pase
inadvertida.
|